domingo, 12 de mayo de 2013


Volver . . . para emprender

Para muchos argentinos que emigraron en la última década, armar su propio negocio en el país fue la excusa para volver. Aquí, cuentan cómo es emprender desde afuera, capitalizando la experiencia de conocer otra cultura y otros mercados
Por circunstancias económicas adversas, o por la oportunidad de un mayor crecimiento profesional, miles de profesionales argentinos emigraron en la última década, principalmente, a países como España y los Estados Unidos. La actual crisis de las naciones centrales, sumada al desarraigo por vivir lejos de los afectos, empujan a muchos de ellos a regresar, con el proyecto de armar una empresa propia en la Argentina como motivador.
Las historias de quienes retornaron a la Argentina para emprender suelen tener en común una visión amplia del mercado y las tendencias globales, que sólo se logra cuando se mira la realidad local desde afuera. Muchas veces, el haber vivido en otro país y conocer una cultura diferente, es lo que dispara ideas para traer al mercado local.
“Nos fuimos porque nos agarró la crisis y el corralito de 2001. No teníamos nada, económicamente hablando, y por eso decidimos probar suerte en España”, cuenta Amorina Ripari, titular de Ominim Sorpresería, la empresa que fundó en La Plata, junto a su marido, Marcos García Molina, a su regreso, en 2007.
En enero de 2002, Ripari y García Molina, ambos diseñadores, aterrizaron en Barcelona con dos valijas, y decidieron tomar el primer tren hacia un lugar con playa. De este modo, llegaron a Alicante, y estuvieron 15 días durmiendo en hostels hasta que, pagando un año por adelantado, consiguieron alquilar un monoambiente. Una vez instalados, empezaron a repartir CVs.
Al día siguiente, a Rivari la llamaron para trabajar en una agencia de publicidad como directora de Cuentas. Poco después, García Molina consiguió trabajo en un gimnasio. “Nos pareció increíble conseguir empleo tan rápido. Es que la mano de obra argentina resulta muy calificada allá”, afirma la emprendedora.
“Crecimos mucho profesionalmente, porque en La Plata yo era una diseñadora gráfica con clientes chicos, y, en Alicante, manejaba la comunicación visual de un conocido parque temático”, agerga Rivari.
A los pocos meses, García Molina dejó el gimnasio para trabajar, desde su casa, como diseñador gráfico. Al año siguiente, montaron su propia agencia de publicidad junto a socios españoles.
Todo parecía marchar sobre rieles, pero la verdad es que, al nacer su primera hija, Rivari comenzó a extrañar. En diciembre de 2004, viajaron a La Plata para pasar las fiestas, y comenzaron a gestar la ida de montar un local de diseño, como los que abundaban en Europa y comenzaban a surgir en el barrio porteño de Palermo.

Primero hay que saber sufrir

“Queríamos preparar el desembarco con tiempo, dejar todo organizado. Por eso, les comentamos el plan a nuestros socios españoles, lo cual fue un error porque, entonces, ellos nos hicieron firmar la venta de nuestra parte y se quedaron con la agencia”, cuenta Ripari. Este hecho aceleró el regreso de la pareja, que tuvo que alquilar el local y contactar a los proveedores por Internet.
Ripari y García Molina llegaron en abril de 2007 con 15.000 euros, que fue la inversión inicial en el negocio. “El local era muy grande y no teníamos cómo llenarlo. Los primeros tres años fueron duros, pero estábamos convencidos de que una tienda de diseño como la nuestra iba a funcionar bien en La Plata”, dice Ripari.
Luego de un 2008 marcado por la crisis del campo y un 2009 con la gripe A, ambos acontecimientos que repercutieron en las ventas, finalmente, en 2010, cuando se vencía el contrato de alquiler, un cliente les propuso adquirir la franquicia para instalar un local similar en Olavarría. “Fue algo inesperado, porque no pensábamos franquiciar. Así que acordamos un canon bajo, y fuimos armando el manual del franquiciado junto a ellos”, comentan los socios.
Poco después, abrieron otra franquicia en Bolívar, y le siguieron ciudades como Tandil, Viedma, Comodoro Rivadavia y Mendoza. Junto a los locales de Ominim, los proveedores también crecían en ventas. En la actualidad, la compañía tiene dos locales propios y 13 franquiciados, con una facturación mensual de entre $ 25.000 y $ 100.000, según el local y la ubicación. “El próximo paso será volver a España, pero para instalar una franquicia; no para quedarse”, aclara la emprendedora.

Amor por las raíces

Diego Verrone se recibió de analista de Sistemas en 1996, en la Universidad Tecnológica Nacional de Rosario y, luego de trabajar en un par de software factories, ingresó a una compañía multinacional especializada en ERP (sistemas de gestión). De esta manera, comenzó a viajar y a pasar más horas en un avión que en su propia casa. Hasta que, en 1999, junto a su mujer, Silvina Frech, farmacéutica de profesión, decidieron trasladarse a Washington, donde la compañía tenía su sede central.
“La idea de volver siempre estuvo latente”, sostiene Verrone, socio de IntelAgro, una compañía de software que fundó con cuatro socios, en 2011, y resultó su excusa para regresar a Rosario. “Todos los años, veníamos para las fiestas y pasábamos enero, disfrutando de la familia y del río. Cuando nuestra segunda hija cumplió cuatro años, empezamos a ver que, trabajando los dos todo el día y teniendo que preparar presentaciones a la noche, no nos quedaba cabeza para armar la mochila de los chicos o revisarles las tareas. No teníamos sostén familiar”, cuenta Verrone.
En el verano de 2011, el emprendedor se contactó con ex compañeros de trabajo y de facultad y, junto a su hermano, que es ingeniero en Sistemas, empezó a desarrollar lo que hoy es IntelAgro, una plataforma de software para el mercado agrícola, que contrasta en tiempo real las cotizaciones en mercados internacionales y permite hacer un análisis predictivo de las operaciones con commodities.
Una vez tomada la decisión, la pareja se contactó con el programa Raíces que ofrece el Ministerio de Ciencia, que ha logrado la repatriación de casi 1.000 científicos. “Nos dieron un subsidio y nos ofrecieron apoyo y orientación para volver”, cuenta el emprendedor. Durante todo 2012, Verrone se dedicó a desarrollar la plataforma junto a sus socios rosarinos.
Con una inversión cercana a los u$s 100.000 propia, salieron al mercado a fines de ese año. El desembarco de Verrone y su familia se demoró hasta marzo de este año, pero el negocio ya estaba en marcha. La compañía vende sus servicios a productores, acopiadores y exportadores en todo el país, y su perspectiva es entrar a los mercados de Paraguay, Uruguay, Brasil y los Estados Unidos, pero desde la ciudad orillas del Paraná.

Ideas que se traen

A comienzos de 2001, Luciana Comes cerró su productora de eventos y estuvo buscando infructuosamente trabajo casi un año hasta que, en marzo de 2002, recibió el llamado de una amiga, convocándola para trabajar en un parque temático en España. Tenía que presentarse a la semana siguiente y no lo pensó dos veces. Pidió prestados u$s 600 a su abuelo y se compró el pasaje de avión.
Transcurrieron ocho años hasta que, “después de pasar las vacaciones de 2010, recorriendo la Argentina, encontré un país renovado y con posibilidades de emprender”, confiesa Comes.
Viviendo en Europa, probó el uso de un dispositivo de higiene femenina, la “copa menstrual”, que permite a las mujeres recolectar el sangrado de la menstruación sin utilizar toallitas o tampones descartables que resultan contaminantes para el ambiente.
Su idea al volver fue traer este concepto al mercado argentino. “La copa de silicona hipoalergénica se introduce en la vagina y puede usarse hasta 12 horas sin que su capacidad se vea desbordada”, explica la emprendedora. Una vez concluido el ciclo menstrual, en lugar de desecharla, se puede lavar y esterilizar con agua hirviendo para reutilizarse en el próximo ciclo, ya que tiene una vida útil de cinco años.
“Se trata de un producto creado en 1937, en los Estados Unidos, y producido en la actualidad por más de 20 marcas”, sostiene Comes. “Sin embargo, en la Argentina, es un concepto nuevo, y hará falta comunicarlo muy bien y educar a las usuarias para difundirlo”, señala.
Dispuesta a iniciar cuanto antes esta suerte de evangelización para la higiene femenina sustentable, Comes comenzó a brindar charlas en organizaciones no gubernamentales ligadas a temas de género. Así, se presentó en una de estas disertaciones la psicóloga Clarisa Perullini, su futura socia. Juntas crearon en 2011 Grupo Cíclica, un emprendimiento que apuesta a la salud femenina y el cuidado del ambiente, que se enmarca en la categoría de “empresas B, aquellas que están enfocadas en generar beneficios sociales y ambientales, además de económicos.
Una vez creada e inscripta la marca del producto, Maggacup, las socias barajaron la idea de fabricarlas por cuenta propia, lo cual requería una inversión fuera de su alcance, y de importarlas, lo que también les resultaría complicado. Optaron, entonces, por importar la materia prima, una silicona alemana y producir los dispositivos en un laboratorio tercerizado, en la Argentina.
Las emprendedoras cuentan con el asesoramiento de organismos como la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires y el INTI, y están tramitando la aprobación del Anmat, el organismo que regula los alimentos y medicamentos en el país.
El primer lote de 5.000 unidades ya está próximo a su lanzamiento, a un precio de $ 250 cada una. La comercialización se hará bajo venta directa desde la página web (proximamente), venta mayorista, mujeres que compren pequeñas/medianas/ grandes cantidades y revendan en sus circuitos, distribuidores y locales relacionados con la temática, mercados orgánicos y dietéticas. “Apuntamos a la venta en farmacias para una segunda instancia; es nuestra intención que se convierta en un producto masivo pero, para lograrlo, es necesario generar una masa crítica que use y defienda el producto”, agrega.
Las emprendedores confían en que el recupero de la inversión inicial (cuyo monto prefieren no develar) llegará en tres años.

Cambio de mentalidad

“Vivir y trabajar fuera del país es una experiencia que te abre la cabeza”, asegura Marcelo Delbarba, socio de la agencia de publicidad Yeah!, que abrió sus puertas el año pasado en el barrio de Las Cañitas. “Tenés que aprender todo de cero, y no conocés a nadie. En un punto, no lográs el código que te hace sentir parte y hay un momento en que sentís que no estás ni acá ni allá”, dice el publicista, que vivió dos años y medio en Australia.
Al regresar a Buenos Aires, trabajó en grandes agencias con clientes regionales e internacionales y, a fin del año pasado, junto a Sebastián Ibarra, publicista y productor de televisión, decidieron crear su propia agencia de publicidad “al estilo de las de antes, con integración de planificación de medios y creatividad en un mismo lugar”.
A ellos se sumó, luego, Hernán Curubeto, quien vivió ocho años en México y trasladó su experiencia y contactos para manejar desde Buenos Aires grandes cuentas, como Coca-Cola México. La inversión inicial fue de $ 1 millón y el equipo se completó con Jorge González, Ricardo Crespo y Guillermo Anastasio, profesionales con trayectoria internacional.
“Se puede viajar mucho y sólo conocer hoteles y puntos de interés turísticos. Cuando vivís por más tiempo afuera empezás a ver otras cosas y a perdonarle otras a tu país. Luego, viene esa sensación de que los desafíos ya no te asustan”, resume el emprendedor la experiencia de quienes emprendieron a partir de volver.

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