jueves, 15 de agosto de 2013

Agricultura en Uruguay


Mientras transcurren los mese de invierno venimos monitoreando las reservas de agua que se siguen acumulado para un nuevo inicio de la siembra del arroz, en la zona este ha venido lloviendo y represas que estaban en un 20 a 30 % de su capacidad hoy andan rondando el 50 % de su cota, la represa de India Muerta ha mejorado bastante.
En lo referente a los costos que tiene el cultivo del arroz se ven algunas pequeñas mejoras. Ciertos fertilizantes han tenido una baja interesante cosa nada habitual ya que  año a año asistíamos a ver que los elementos que componen el costo del cultivo seguían aumentando, sumémosle a ello la suba que ha tenido el dólar, son pequeñas luces que se ven en el horizonte del cultivo.
También hay algunas sombras, ya que se hizo un relevamiento final de los rendimientos, nosotros hablábamos de 8.000 kilos de rendimiento nacional y hoy con los números claros debemos bajarnos de esos rindes quedando el promedio nacional en 7.750 kilos (155 bolsas).
Estos valores finales son el resultado del final de la siembra ya que todo lo que se sembró de noviembre para adelante tuvo problemas serios de frío a fines de febrero y principios de marzo cuando estaban en floración  y trajeron aparejados rendimientos muy menguados.
Esos datos eran los que estaban faltando para cerrar los números finales de esta zafra 2012 – 2013.
Esta zafra pasada cerró con costos de 2.100 dólares por hectárea y los rendimientos no llegaron  a los 8.000 kilos, lo que hará que muchos productores queden con inconvenientes por el resultado de esta zafra.
El productor uruguayo es líder a nivel mundial a la hora de lograr rendimientos insuperables por hectárea. Igualmente, en muchas ocasiones y a pesar de esas grandes cosechas, los números no dan y no queda mucho margen para bajar costos como sería deseable.
URUGUAY LIBRE DE MATERIAL GENETICAMENTE MODIFICADO.
El arroz uruguayo es libre de granos transgénicos siendo este un diferencial importante en el mercado internacional y aquí hay una pregunta que se impone y es saber cuánto significarían los transgénicos en el aumento de la producción del cereal.
Uruguay no tiene ni tuvo semillas genéticamente modificadas e incluso no se trajeron variedades ni siquiera para probar, lo que le ha abierto las puertas del mundo entero a nuestra producción. Llegando a recuperar el mercado europeo que había sido copado por el arroz de Estados Unidos y que al enviar estos una partida del grano contaminada con material transgénico perdió ese importante mercado.
La decisión de que no tengamos material transgénico no es una decisión filosófica de que el sector arrocero esté en contra de los mismos, sino que se definió estar libres por una cuestión de mercados y porque además no existe en el arroz una diferencia marcada por los materiales transgénicos, por lo que no se pierden más rendimientos y si la posibilidad de ingresar a ciertos mercados.
Si en un futuro aparece alguna alternativa que mejore sustancialmente los rendimientos el sector deberá evaluarla seriamente, ya que hoy vale más la pena seguir siendo libres de estos materiales que le permiten hoy con todos los inconvenientes que venimos arrastrando de que el arroz uruguayo es el que mejor se vende en cualquier mercado internacional y en cualquier lugar del mundo.
Otro diferencial que tiene el arroz uruguayo es que en nuestro país se producen las variedades y cuando se carga un barco del primero al último grano son exactamente iguales ya sea Olimar, Paso 144 o Tacuarí, y esa es una condición que no se si otro país la puede lograr.
Sumémosle todo lo que se trabaja en lo que son guías de buenas prácticas y control de residuos son  diferenciales que se deben explotar.





Al entrar por carretera al valle de Charazani, en la provincia Bautista Saavedra, se ve abajo, en la hondonada, el pueblo que le da nombre. Se levanta sobre una colina rodeada por otros cerros, enmarcado por laderas de las que parecen colgar, medio desdibujados, unos balcones: son las terrazas agrícolas precolombinas. “No se sabe muy bien si los incas trajeron la idea o si de aquí se la llevaron  a Perú”, comenta el arquitecto Wálter Álvarez Vergara, conocedor de la cultura kallawaya originaria de la zona.
Las terrazas de Bolivia son preincaicas, responde en cambio Eduardo Chilón, autor de la investigación Tecnologías ancestrales y reducción de riesgos del cambio climático (2010) y actual jefe de Unidad del Viceministerio de Desarrollo Rural y Agropecuario. Sólo que el imperio del Cusco le dio a esas construcciones “connotación estratégica para la soberanía alimentaria en la montaña”. Los andenes, como llamaron los españoles a las plataformas agrarias, fueron creados “como una solución tecnológica potente para aumentar las áreas de cultivo, frenar la erosión, retener el riego y crear condiciones aptas de humedad”, añade el especialista del viceministerio.
Alrededor de 6.500 km2 de suelo boliviano son de andenes agrícolas. Los nombres y formas que tienen varían según la zona del país: taqana es el vocablo aymara para referirse a ellas en el altiplano y los valles del país, en los Yungas se les llama quillas, y en Potosí y Chuquisaca son chullpa tirquis, chullpa pircas y jallpa jarkanas. Los sukakollu o camellones son frecuentes en la zona del lago Titicaca y en las tierras inundables amazónicas del Beni. Son campos elevados cultivables (sukakollu significa, en aymara, “plantación encima de elevaciones”).
Las quillas de los Yungas, similares a las “gradas” de la provincia peruana de Sandia, son plataformas estrechas con muros de piedra pizarra, sólidos y duraderos, que fueron utilizadas tradicionalmente para el cultivo de la coca. “Las de ahora (variante  contemporánea conocida como wachus), causan erosión”, afirma Chilón. Además, perecen en poco tiempo.
El mayor desarrollo de las terrazas agrícolas en el continente americano se dio en el centro y en el sur. Uno de los complejos más antiguos es el de la sierra de Tamaulipas, en México, con más de 2.500 años de antigüedad. En las montañas centrales del Perú, al menos el 50% de las terrazas abandonadas tiene vestigios que muestran su origen precolombino. En el caso de Bolivia, el 70% es anterior a la llegada de la corona española. Las construyeron los tiwanakotas, los mollos, los pacajes, los kallawayas y los incas. El resto, son contemporáneas, según indica Chilón en su estudio.
La primera clasificación boliviana de taqanas se hizo en 1997. Ahora, se usa el listado actualizado de 2007, que establece ocho clases de terrazas en función del uso, el acabado, la forma, el régimen de riego, la pendiente, la formación y la clase de muro de contención, por la altura de éste y por el área que ocupan.
Para referirse a los andenes de la región kallawaya, en la que apenas hay cerros sin terrazas, Álvarez sintetiza los anteriores tipos en dos: los de secano y los de regadío. Los primeros reciben el agua de las precipitaciones y sólo dan frutos durante la época de lluvias. El líquido elemento, al caer sobre la ladera abalconada de la montaña, corre con menos fuerza, pues ya no hay inclinación, o ésta es menor. Así, el agua no erosiona el terreno y, gracias a las capas de tierra, grava y piedras de diferente tamaño con que se construyen esos andenes (ver infografía en la siguiente página), una parte de la lluvia se filtra a través de ellas.
De las 650 mil hectáreas de terrazas que hay en el país, sólo el 20% sigue en uso. El resto se encuentra abandonada y, teniendo en cuenta que las quillas necesitan un mantenimiento constante, y que la migración del campo a la ciudad está menguando el relevo generacional en el campo, los expertos consideran que las terrazas no están funcionando correctamente. La costumbre de cuidar y mantener estos terrenos se ha perdido en su mayor parte, declara Álvarez. Aún se puede observar algunas terrazas activas en la zona de Charazani; son las de regadío, que están alimentadas con el agua de las vertientes. En ellas crecen productos durante gran parte del año, añade el arquitecto.
La papa y el maíz eran los principales cultivos de los andenes, tanto kallawayas como incas. La diferencia entre unos y otros está en que en algunas áreas del municipio de Charazani se sembraban también plantas medicinales en los bordes de las taqanas, como la chillca y la muña (ésta, por su fuerte olor, aleja las especies de insectos dañinos). Además, “protegen las matas de los vientos, retienen la capa productiva de la tierra, el agua, atraen pájaros que abonan la tierra y armonizan el paisaje de la zona”.
RECUPERACIÓN DE LA TRADICIÓN.
Chilón afirma que “la función principal de las taqanas es la de evitar la pérdida de suelo en laderas de fuertes pendientes y facilitar el riego en zonas que presentan declives pronunciados”. Este experto plantea la rehabilitación y recuperación del uso de las terrazas ancestrales para tener una agricultura que sea “agronómicamente viable, económicamente rentable y ecológicamente estable”. Además de aumentar el número de hectáreas de cultivo en el país, se evitarían las inundaciones de las tierras bajas por las crecidas de los ríos del oriente, como el Beni, el Yacuma o el Mamoré, que son “alimentados por afluentes que nacen en la región kallawaya”, asegura el experto en esta cultura.
Ya en el pasado, los propios conquistadores mostraron interés por la conservación de esas tradicionales estructuras agrícolas: “Por cuanto en muchos repartimientos de la sierra de este reino, hay gran cantidad de chacras de maíz y papas que están hechas de andenes y cerrados los tales andenes con piedras, y de descuidarse los dueños de ellas de reparar, rezar como es justo que lo hagan, ha resultado que las avenidas de las aguas que han rodado la mayor parte de las chacras. Ordeno y mando que los alcaldes de tales repartimientos salgan a visitar las chacras de él y harán donde lo susodicho hubiere los daños de ellas, aderecen y reparen cada uno lo que fuese obligado de reparar so pena que del que en esto se desmandase lo manden a su costo a hacer y aderezar y, que demás de lo pagar, incurra en pena de 6 pesos para el hospital de dicho reparamiento”, (ordenanza Nº 25 emitida por Francisco de Toledo, quinto virrey del Perú, recopilada por el historiador Alberto Regal y citada en el estudio de Chilón).
Tanto Wálter Álvarez como Eduardo Chilón buscan crear proyectos de rehabilitación de terrazas agrícolas. El primero, mediante el financiamiento de la embajada de Estados Unidos y con el asesoramiento de expertos peruanos; el segundo trabaja en la propuesta de un programa nacional a través del Viceministerio de Desarrollo Rural y Agropecuario.
EL COSTO DE LA REHABILITACIÓN.
El Centro de Investigación y Difusión de Alternativas Tecnológicas (Cidat) rehabilitó terrazas en el poblado de Cohoni (en el municipio de Palca, en la provincia Murillo de La Paz), en la década pasada. El Cidat concluyó que es necesaria una inversión de entre US$ 900 y US$ 2.000 para restaurar una hectárea de andenes.
El Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés, junto con la Asociación de Pro Defensa de la Naturaleza,  lleva a cabo el proyecto “Gestión de aguas y suelos como mecanismo de adaptación al cambio climático”, en Pucarani, en la provincia paceña Los Andes. A través de él, se  construyen taqanas en esta zona del altiplano.
EN OTROS LUGARES.
Las terrazas agrícolas no son exclusivas de América. Otras culturas las han utilizado desde hace cientos de años (y lo siguen haciendo). El origen estaría en Mesopotamia, según los investigadores J. L. Spencer y G. Hale. Esta tecnología influyó en las civilizaciones asiáticas. A lo largo de la costa Mediterránea está extendido el uso de bancales o terrazas, que llega incluso a países más al norte, como Alemania, donde se usan particularmente para el cultivo de vida. En Asia Oriental, según la Fao (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), una cuarta parte de los plantíos crecen en terrazas (arriba, campos de arroz en Bali, Indonesia).
(Artículo publicado por La Razón de Bolivia el 07 de abril de 2013. Fotografía: en Canlaya, los “andenes” separan los cultivos desde hace siglos; fotografía de  Wálter Álvarez Vergara publicada en La Razón).




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